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Mi amigo don Vicente: el amigable tendero de Versalles


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Como todos los días, a las 7:50 a.m. se escucha el subir de las rejas. Me asomo por la ventana y efectivamente está ahí. Don Vicente barriendo la entrada del local y acomodando el aviso del día: "Hoy, día impar, solo atendemos hombres".

Luego de limpiar las vitrinas, al fin voltea a verme. Lo saludo con entusiasmo, como cada mañana. Supongo que bajo ese tapabocas me estará sonriendo como siempre. Le gritó "¿Cómo está, don Vicente?", me responde "Muy bien Santi, gracias". Antes de que mi mamá me llame a desayunar, le deseo que venda mucho hoy.

Me gusta ver cómo funciona la tienda. Mi mamá me cuenta que mis abuelos son amigos de don Vicente desde hace muchos años, por eso sabe que lleva más de 20 años viviendo en Fontibón y conoce a todos los vecinos.

Recuerdo verlo atendiendo con la vitrina abierta para poder estrechar la mano o abrazar a los vecinos. Parece saber sobre la salud, la familia y los trabajos de todo el mundo, no porque sea chismoso, sino porque los vecinos comparten con él su vida, ya que la mayoría lo vemos como un tío más.

Últimamente, desde que empezó a usar ese tapabocas, no ha vuelto a abrir la vitrina, saluda desde lejos o chocando los codos, parece más serio y atiende muy rápido a los vecinos, como si quisiera que se fueran.

Los miércoles son mi día favorito. Llega el pedido de la leche y Pablo, el chico del camión que lo entrega, siempre me trae chocolatinas. Hoy fue diferente, todos parecían tener prisa y Pablo me saludó desde el otro lado de la acera, prometiendo traerme doble ración de chocolatinas la semana que viene.

Veo que don Vicente limpia las bolsas de leche. Nunca antes había visto que hiciera eso. Mi mamá dice que ese trapito tiene alcohol, así evita que venga "alguna partícula de esas malas"

Todas las tardes mi papá hacía tinto, servía dos tazas y cruzaba la calle para charlar con don Vicente. Mientras tanto, yo jugaba con Isabella, la hija de don Vicente. Ella tiene casi la misma edad que yo, solo que ella tiene 7 años y 9 meses y yo cumplí 8 la semana pasada. Ahora mi papá no sale e Isabella no ha vuelto.

A las 6:15 p.m. sale don Vicente y cierra el local. Primero creí que le había entrado polvo a los ojos porque se puso las manos en la cara. Cuando se quitó las gafas vi que estaba llorando y le pregunté qué sucedía. Cruzó la calle, para poderme hablar sin tener que gritar.

"Mira Santi, la situación está muy dura. A mis 52 años jamás había visto algo así. Las ventas han bajado mucho y aunque eso no está bien, no es lo que más me preocupa. Me duele ver a esos vecinos que conozco de toda la vida, andando por la calle como si nada pasara.

Muchas veces me da temor atender a las personas, de pensar que me pueda contagiar del coronavirus ese. Pero me da rabia pensar así, porque esas personas son mis amigos. Nunca creí que podría estar poniendo mi salud y mi vida en riesgo por atender mi tienda.
No sé si me entiendas todo lo que te digo, esto está muy duro y quería contárselo a alguien."

Cómo estoy parado sobre una silla para alcanzar a ver bien, estoy a la misma altura que tiene don Vicente. Saco la mano por entre las rejas y le aprieto el hombro, lo miro a los ojos y le digo que saldremos de esta, es un gran hombre, por eso todos lo queremos.
Suspira fuerte, como si hubiera estado sosteniendo la respiración, un par de lágrimas más corren por sus mejillas y me da las gracias. Nos despedimos y promete que mañana nos veremos de nuevo.

Me bajo de la silla y veo que mi mamá estuvo detrás de mí todo este tiempo. También está llorando, aunque no entiendo el porqué. La abrazo y me dice que hice lo correcto, que a los héroes también hay que darles fuerza de vez cuando.

Más que un héroe, don Vicente es mi amigo, y todos tenemos un amigo así en nuestro barrio. Démosle una voz de aliento y sobre todo, no los arriesguemos, quedémonos en casa y salgamos solo cuando sea muy necesario.

ÉRIKA PULIDO