Renaciendo con cada respiración: la lucha de Rubén y Mary por un nuevo aliento
Conoce el testimonio de vida de dos personas que encontraron una oportunidad para volver a respirar plenamente, junto a la historia de una madre que donó los órganos de su hijo fallecido.
Rubén Darío Gonzales y Mary Esneyder Hoyos no se conocen, pero tienen algo en común, comparten la necesidad de un trasplante de pulmón para mejorar su calidad de vida.
La historia de Rubén comenzó con unos escalofríos y unas fiebres que lo llevaron a quedarse hospitalizado, mientras que Mary toda su vida tuvo problemas con su respiración.
Sin embargo, aunque Mary no conocía otra vida que no fuera acompañada por una constante tos, tras quedar embarazada su enfermedad empeoró, al punto de depender de una bala de oxigeno que le ofreciera el aire que ella no podía conseguir con sus pulmones.
El diagnostico de Mary empezó a los dos años con un asma, pero años después en 2001 cuando comenzaba su embarazo, los médicos determinaron que sufría de bronquiectasia.
“La tos frecuente, me empezó a doler todo de tórax, el estómago, ya no comía bien. Solamente para bañarme o vestirme ya era un ahogo, entonces yo tenía que andar con mi manguera de oxígeno para todo lado”, destaca Mary Hoyos.
A pesar de que la bala era el instrumento que le daba aire, también le dificultaba cada aspecto de su vida, pues dependía de dos horas de carga de oxígeno para salir a hacer sus cosas.
A esto se sumaban aspectos tan necesarios como el sueño, ya que debía dormir de cierta forma para que no le faltara el aire y para no sentir dolor.
“Yo no podía dormir en forma horizontal, porque me ahogaba, entonces empezamos a inclinar la cama. Luego empecé a dormir en la silla mecedora (…) era la única forma en que yo podía estar tranquila y cómoda”, señala Mary.
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Al contrario de Mary, Rubén era muy activo y por su cabeza en ningún momento pasó una enfermedad que afectara su capacidad para respirar. “Yo no sabía lo que era el oxígeno ni nada de eso. Nunca en mi vida, había llegado a tener eso”, comenta.
Rubén pasó de montar en bicicleta tranquilamente, a no poder caminar una cuadra sin ahogarse, un cambio brusco para su vida, sobre todo cuando visitó la sala de urgencias de un hospital creyendo que tenía una gripa, para finalmente ser diagnóstico con un EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica).
“Estuve casi siete años en ese proceso, eso fue muy duro. La vida mía, se fue, se desmoronó por completo. Ni mi esposa podía trabajar porque tenía que estar las 24 horas al pie mío, el cambio fue brusco. Y había fortaleza, habían ganas de vivir”, señala Rubén en medio de las lágrimas.
En esa lucha por vivir su gran compañera fue su esposa, quien nunca lo abandonó y quien le dio esperanza ante las adversidades de su diagnóstico.
“Lo que más duro me daba era ver el sufrimiento de mi esposa, entre más días más acabada, más delgada, aguantando hambre y sufriendo necesidades. Pero estaba siempre ahí al pie mío. Ella no me dejó un instante”, precisó.
Pero esta batalla contra su enfermedad era cada vez más compleja, los médicos decían que su salud estaba muy deteriorada, pues los medicamentos que le suministraban ya no hacían el efecto deseado; en pocas palabras su nuevo diagnostico era que ya no tenía posibilidades de recuperarse.
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La lista de espera: la búsqueda por un trasplante
Mary desconocía por completo lo que significaba un trasplante de pulmón, aunque había escuchado de otros procedimientos en órganos como el riñón o el hígado, nunca imaginó que llegaría al punto de necesitar un trasplante.
El dictamen de su médico neumólogo después de tener a su hijo fue claro, desde ese momento entraría en la lista de espera, un instrumento que le permitiría acceder a un trasplante pulmonar que le daría una nueva oportunidad de respirar.
Un ángel salvador: la historia de una madre que donó los órganos de su hijo
Carlos Andrés era un joven estudiante de 17 años, apasionado por el freestyle y el deporte, quien es recordado por su madre como un niño abierto y muy generoso, que de manera anticipada falleció tras el impacto de una bala en la cabeza.
Aunque la decisión que tenía que tomar Alejandra ante la muerte de su joven hijo era dolorosa, ella tenía claro que él podía darle una nueva vida a alguien que lo necesitara: “Mi hijo era joven, era sano y yo no quiero que mi hijo se vaya de este mundo sin haber hecho nada”.
“Yo en mi corazón sabía que no se iba a salvar, le pedí perdón por la decisión que iba a tomar, pero también le di gracias por haber sido mi hijo”.
REDACCIÓN CANAL INSTITUCIONAL