La nostalgia por el campo: un día con doña Luz


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El olor al tinto y la voz de 'la Carmen' cantando despiertan a Luz. Se gira para ver el reloj encima del armario y nota que varias de las camas de sus hermanos están desocupadas. ¡Son las 3 a.m.! Ya se le hizo tarde para todo lo que debe hacer.

Se cuelga al hombro el machete y su 'güimbo', en el que carga una foto de sus padres, dos panes y una botella con limonada. Emprende el camino por la vereda a reunir a los caballos, los burros y las vacas. Mientras ordeña a Magola sale 'Lozano', su papá, le dice que se apure o sino no irá a la escuela hoy.

Le pasa la leche a su hermano, para que la lleve a vender y corre de nuevo al rancho. No puede permitirse faltar hoy a clases, la maestra ya les dijo que si vuelve a faltar perderá matemáticas. Mientras les echa maíz a las gallinas repasa la tabla del 7, la más difícil de todas.

Son las 6:15 a.m. y apenas lleva la mitad de sus labores. Se encuentra con su mamá en la cocina, está asando arepas para sus 11 hermanos y los obreros de la vereda. Luz debe dejar preparada la mazamorra de auyama para los marranos, esos garosos animales que comen 6 veces en el día. 

Ve pasar a 'Chinca', una de sus hermanas, y decide lanzarse como la negociante que es: "Le doy la mitad de la carne del almuerzo de hoy y una de las arepas del desayuno si lava el pozo de los marranos" Estrechan la mano y ríen mirándose a los ojos.

Corre a ducharse y ponerse su uniforme. Se mira en el espejo, peina un poco su rebelde cabello mientras se toma el último sorbo de café y empaca una arepa en el bolsillo de su jardinera.

La tropa de los Lozano se va a estudiar. Por ese camino de tierra, pateando piedritas y saludando a los perros de las fincas vecinas, luego de una hora de camino alcanzan a ver a lo lejos a la profesora diciéndoles que se apuren porque ya van a cerrar.

Luego de una lección de español y evaluación de matemáticas, suena la campana que indica que son las 11 a.m., hora de correr regreso a casa a almorzar, para estar en la segunda jornada a la 1 p.m.

La campana suena y suena sin cesar. La imagen del salón se vuelve borrosa. No es una campana, es una alarma, gira nuevamente en la cama y ve a José, su esposo. Apaga el despertador y se levanta.

Es la tercera vez esta semana que sueña con su infancia en Mendoza. Es imposible negarlo, extraña su vida en el campo. Pero tuvo que dejarla a un lado y mudarse a Bogotá, para darles a sus hijos una mejor vida.

Le hubiera gustado que Yamid y Lila crecieran jugando con los perros de su papá y recogiendo maíz, pero no era tan sencillo. Vivían en un rancho sin luz, con difícil acceso porque no existen las carreteras y con gran escasez de dinero.

Lamentablemente, el trabajo del campo no era ni es bien pago. Luz y sus hermanos cosechaban de todo: bananos, mangos, plátano, aguacate, café, frijol, ahuyama y todo lo que a don Pablo, su papá, se le ocurriera sembrar.

Una vez a la semana bajaban hasta Nariño, cargando a 'Morroco', el burro favorito de Luz, con todo lo que pudieran. En el pueblo vendían hasta el último grano, pero el pago no era suficiente. Debían vender económico porque esos productos tendrían que venderlo varias veces más antes de llegar al consumidor en Bogotá.

Ese es uno de los mayores problemas de muchos productores de Cundinamarca y demás departamentos: los intermediarios. El hecho de no poder venderle directamente al consumidor final los obliga a vender a muy bajos precios, con tal de recuperar un poco de la inversión y no perder la comida.

A sus 62 años, Luz desearía volver a su casa de infancia, pasar la cuarentena en su rancho cuidando marranos y gallinas. Sin embargo, las difíciles condiciones que había en su infancia siguen intactas. En muchas veredas de Nariño aún no hay carreteras, a pesar de pedir ayuda durante años.

Sin embargo, mientras se toma un tinto, hoy Luz recuerda a 'la Carmen', su madre, que no podía cocinar sin cantar. Esa mujer berraca que tuvo 18 hijos, en 14 partos, y que contoneaba sus caderas mientras se paseaba por el rancho.

Luz ahora trabaja en el área de servicios generales en una empresa de Fontibón, mientras su mente está en Mendoza tomando limonada, recostada en una hamaca, viendo mariposas de mil colores entre las matas del rancho.

ÉRIKA PULIDO