Armando Armero

'Armando Armero': buscando a los niños perdidos de la tragedia


Canal Institucional conversó con el director de la Fundación Armando Armero, quien asegura que se necesita crear rápidamente una ley de víctimas a favor de los sobrevivientes.

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Tenía 24 años y hacía un tiempo se había instalado en la capital para darle prioridad a su carrera universitaria de Estudios Literarios en la Javeriana, aunque había iniciado con Derecho. Hoy admite que para la época era un muchacho con comodidades, pues no todos los jóvenes que llegaban a Bogotá de provincia, tenían el recurso económico para sostenerse, mientras estudiaban.

Dice que un día lo tenía todo. Se acostó a dormir la noche del martes 12 de noviembre de 1985, teniendo papá, hermano, amigos, (hoy ya lo puede decir: novias) y muchas cosas pendientes en Armero, que lo hacían viajar cada fin de semana para no desligarse de su pueblo, de la tierra que guardaba los secretos de su adolescencia. Cuando despertó ese miércoles, ya no había nada.

Así comparte sus recuerdos con Canal Institucional, Francisco González, uno de los sobrevivientes de Armero y no precisamente porque haya estado el día en que el volcán nevado del Ruíz recordó su imponencia, sino porque todo lo que le había permitido convertirse en adulto, fue sepultado en cuestión de minutos.

Los mejores años en Armero

Cuando era un bebé de once meses, su madre falleció y por eso sus abuelos y una tía pintora deciden hacerse cargo de su crianza en Honda, Tolima. Su padre, quien fue representante a la cámara decidió casarse por segunda vez, con una mujer que hoy Francisco describe como “la típica madrastra de los cuentos de hadas”, con quien nunca hubo buena relación.

Por esa razón, Francisco prefería estar en la finca con sus abuelos o cuando llegaba a Armero, la opción era “medir calles”, lo que lo llevó a ser de muchos amigos y de muchas vivencias, según él “un poco irresponsables”, pero de las que no se arrepiente, porque eso fue lo que formó su vida, lo que su corazón guarda y hace que Armero nunca salga de su mente.

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Por meses, antes de aquel noviembre del 85, la ceniza que cubría calles y carros, ya se había vuelto una característica de este pueblo tolimense y para la gente tal vez no era normal, pero sí algo con lo que habían empezado a convivir de tiempo atrás.

La manera de vivir de su padre y su tía, le permitieron ver una razón de ser en el servicio, el poder ayudar a la gente y ser alguien útil en una sociedad más bien egoísta. Eso ya lo había evaluado antes de que la vida lo sorprendiera de la noche a la mañana. Por eso hoy asegura que aprendió a valorar más la vida, a la gente, que a las cosas materiales. Esas, claramente puede desaparecer en un abrir y cerrar de ojos.

Lecciones y objetivos de vida

“La tragedia me enseñó a desprenderme de la vida. Se acuesta uno por la noche teniendo alguna comodidad y al otro día se despierta uno y no tiene absolutamente nada. Una avalancha mató a mi padre y se fueron todos los bienes, los amigos, todo. Entonces, toca volver a comenzar. Estas tragedias enseñan a ser desprendido”, expresa Francisco González.

Asegura que tuvo muy poco tiempo de echarse a la pena, llorar, tener rabia y lamentarse. Cuando logró llegar a ese terreno que días atrás era su vida y en ese momento estaba cubierto por metros cúbicos de lodo, piedras, árboles, solo pudo posarse sobre una piedra, mirar que ya no había nada y entender que su padre y hermano habían quedado en algún punto de ese panorama funesto y desolador.

No hubo más remedio que sacudirse y ponerse de pie y casi que al instante de la tragedia, empieza a forjarse un trabajo de memoria histórica y rescate de vivencias en medio de la búsqueda de su familia. Decidió no buscar más cuando halló más de 10 cuerpos, unos encima de otros. En cada uno veía el rostro de los suyos y dijo: “Hasta aquí”.

Así que inició un trabajo de memoria histórica que con el tiempo tomó el nombre de ‘Armando Armero’, una Fundación que lidera Francisco y por la cual muchas personas a veces le confunden su nombre, diciéndole “doctor Armando”.

Francisco Gonzáles, sobreviviente de la tragedia de Armero

 

 

La fundación

Todo empieza por un trabajo de investigación que me llevó a hacer un libro sobre epitafios y me di cuenta que había una ausencia muy grande de los armeritas con relación a la memoria histórica y me puse a reconstruirla a través del periodismo y la etnografía, tratando de hacer un centro de interpretación sobre la tragedia de Armero”, explica Francisco.

Dice que, con el paso del tiempo, ese trabajo tuvo nombre: “Armando Armero, armando de armar, porque estamos armando memoria, estamos armando historia y ahí continúa una investigación inmensa con grabaciones, videos, relatos y espero que todo esto esté listo con un gran libro para el 2021, porque lo hemos tenido que aplazar”.

la razón de dejar un poco reservada esa labor investigativa, fue la causa humanitaria que le ha movido las fibras y por la cual nos confiesa que no ha tenido el tiempo y la atención suficiente para dos matrimonios que han terminado en divorcio: los niños perdidos en la tragedia.

Buscando el origen de la vida

“Hemos hecho una investigación muy grande, donde al día de hoy tenemos 501 personas registradas en nuestra página web, que en esa época eran menores y responden a más de 300 familias que siguen buscando a sus hijos. Tenemos 67 adoptados en diferentes países que quieren reencontrarse con su familia y fueron acogidos por otros núcleos a finales de 1985 y durante 1986”, indica Francisco.

Ya hemos logrado cinco reencuentros. Trabajamos en equipo con el Instituto de Genética Yunis Turbay, que nos dona el ADN y con esto armamos un gran banco de ADN entre familiares e hijos y de esta manera es como la ciencia nos ha permitido reencuentros y lo vamos a seguir logrando”, añade.

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Reconoce que el trabajo es enorme y falta mucho por hacer, por eso reitera su invitación para que el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar se una a la causa, así como la academia para lograr una gran investigación porque actualmente en la fundación Armando Armero, solo dos personas se encargan de esa parte de indagación, cuando mínimo se requerirían seis personas.

Hacer un reencuentro es como quitarse un peso de encima y decir ‘pucha, hacen falta 500 más’. Uno se va aliviando con cada historia y esto es algo que haré hasta que me muera. Sé que más adelante habrá más reencuentros y sé que logrando un presupuesto decente, la idea es viajar a Holanda, Dinamarca, Bélgica y traernos muchas pruebas de ADN para armar esos posibles grupos familiares”.

A la fundación ‘Armando Armero’ se le puede apoyar con voluntariado, donaciones para acelerar toda la tarea investigativa y de reunión de familias, pero, sobre todo, compartiendo información valiosa de la época en las redes sociales.

Francisco asegura que “actualmente las redes sociales aliviaron la angustiosa búsqueda de las madres que iban con una fotocopia de la cara de su hijo de albergue en albergue, con la esperanza de encontrarlo. Hoy podemos entrar a las cuentas de Armando Armero en Facebook, YouTube y demás, para compartir no sólo las historias de dolor, sino de resiliencia”.

El trabajo que han logrado con profesionales de distintas áreas y voluntarios, se verá reflejado en una exposición virtual que tiene todos los ingredientes que el actual mundo digital obliga a tener, así como primicias periodísticas y datos históricos importantísimos para la documentación, no solo de Armero, sino del Tolima y el país en general.

La historia y sus premoniciones

Toda la vida, desde ese entonces, se ha dicho que Como es natural, el nevado del Ruiz ha tenido actividad constante. Unas más intensas que otras.

La historia registra dos fuertes erupciones en 1595 y 1845. De la primera a la segunda, 250 años de distancia y de la segunda a la tercera, que fue la del 1985, 140 años. Incluso, se dice que las primeras avalanchas ocurrieron entre los años 1.100 y 1.200 A.C.

Las ponencias en el Congreso que se hicieron en 1985, específicamente la del 24 de septiembre de Eduardo Arango Monedero, representante a la Cámara por Caldas y la constancia del también representante Guillermo Alfonso Jaramillo, de lo que podría suceder por la cercanía del volcán a la población de Armero y su inminente erupción, pues llevaba varias décadas inactivo, son el reflejo de lo que definitivamente no hizo el Gobierno de esa época para evacuar a la gente”, manifiesta Francisco González.

Añade: “Los desastres naturales no se pueden evitar. Lo que sí podemos evitar son las muertes innecesarias, sí deberíamos evitar el robo de menores, como volvió a ocurrir en la avalancha de Mocoa del 31 de marzo de 2017. Esto no puede volver a pasar”.

En el Congreso, ese septiembre del 85, el representante Arango Monedero dijo: "No quiero ser profeta de desgracias, pero los fenómenos que vienen sucediendo nos conducirán ya no a presagios sino a la catástrofe misma. Hay amenazados 16 departamentos y tres millones de personas. Que no se diga que no se advirtió al Estado de cumplir con sus funciones a tiempo".

Este aviso que hoy solo puede generar desconsuelo, se sumó a muchas otras de vulcanólogos, periodistas y demás políticos que casi que a gritos le pidieron al Ejecutivo hacer algo por las poblaciones cercanas.

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Ley de Víctimas

Ese precedente hace que Francisco González, director de la Fundación Armando Armero, sostenga que la sociedad colombiana y el Estado, tienen una gran deuda pendiente con los armeritas sobrevivientes, su historia, sus familias quebradas y con el mundo entero.

“¿Qué debería pasar? Hay que gestionar urgentemente una ley de víctimas de los niños perdidos de Armero, hay que hacer un protocolo para la tenencia y el rescate de los menores en desastres de origen natural y hacer una investigación en equipo que nos obligue a abrir los archivos de la época”, dice.

“Esta deuda hay que sanearla y es necesario conocer documentos del DAS, del Ministerio de Relaciones Exteriores de ese entonces. Esta herida no puede seguir abierta. Necesitamos darle tranquilidad y paz a todos estos padres que han descubierto en imágenes y testimonios, que sus hijos están vivos, pero los perdieron”.

Legado institucional

La tragedia de Armero marcó el nacimiento del Sistema Nacional de Atención y Prevención de Desastres, un trabajo entre entidades públicas, privadas y comunitarias que, partiendo de la base del conocimiento técnico y la operatividad, buscaban acciones oportunas frente a las emergencias de las comunidades en riesgo por condiciones de la naturaleza.

Luego, con el Fenómeno de La Niña que impactó gravemente a Colombia en 2010 y prolonga sus efectos durante casi un año, se demuestra la necesidad de reformular las políticas y procesos, para que exista una labor antes, durante y después de los desastres.

Finalmente, en 2011, por medio del decreto 4147, se crea la actual Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres, UNGRD, depurando su estructura y objetivos con el fin de ser realmente eficaz en momentos donde la naturaleza no tiene límites, pero el Estado sí tiene manera de prevenir.

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DIANA CAROLINA FAGUA